El caballero desconocido



Tengo a un idiota de pie sobre una plaza
mirando y dejándose mirar, dejándose
violar por el alud de las miradas de otros, y
llorando, llorando frágilmente por la luz. 

— Leopoldo María Panero


En los alrededores del pueblo no hay nada. A cien kilómetros de distancia, nada. Sólo cemento. Sus habitantes no conocen las tecnologías ni la electricidad, y sus ojos son ancianos. Hasta los recién nacidos parecen saber lo que les queda por conocer y cierran sus párpados para mirar hacia dentro, porque afuera no hay nada que mirar.

Las gentes no hablan entre sí, porque temen que lo primero que se les venga a los labios sea juzgado como deseo de abandono y ansia exploradora. Nadie puede abandonar, pues no hay nada más que el pueblo y sus calles delimitan el mundo abarcable por sus habitantes y su conocimiento.

Es domingo y, sobre un pequeño escenario improvisado en los escalones de la plaza, un caballero desconocido de unos sesenta años y pelo totalmente blanco, ataviado con chaqueta anticuada y espeso bigote ceniciento, ha depositado un gran pañuelo blanco atado por sus picos sobre un banco. Después, en lugar de sentarse a su lado como quien hace tiempo para tomar su merienda, se ha quedado de pie tras el respaldo, elevado sobre uno de los escalones, con la mirada reconcentrada hacia abajo, mano en barbilla, observando sus posesiones, como a la espera de un suceso inminente y muy importante.

No es de extrañar que unos cuantos chicos hayan dejado de jugar para acercarse a ver qué ocurría. Poco a poco, una señora mayor y su marido, una niña y su madre, una pareja de jóvenes, incluso una panda de cuarentones aburridos, han ido formando un corro en torno al banco y al caballero.

Silencio y espera.
Silencio y miradas.
Silencio y sonrisas.
Silencio y encogimiento de hombros.
Silencio.

Unos abuelos se han sentado en sillas de madera en primera fila, para no cansar las piernas. La mujer del panadero ha comenzado a preparar bocadillos para todos, pero el caballero ni se ha inmutado cuando le han ofrecido a él. Su mirada es tan intensa, casi no pestañea. Mucha gente le mira a él, otros miran al pañuelo. Por lo general, en una situación así todo se resume a eso, el caballero y el pañuelo. Pero la niña mira vencida a su madre, para qué seguir esperando, si el pañuelo seguirá tal cual hasta que el caballero se decida a abrirlo. La madre, en cambio, está convencida de que, si no abre el pañuelo, indudablemente es por alguna razón obvia y no se puede hacer otra cosa que esperar. Todos esperan con él.

Apenas imperceptiblemente se ha hecho de noche, todo está oscuro, pero el pañuelo es blanco y es lo único que se distingue claramente. El nudo sigue tan apretado como cuando fue colocado allí. En la oscuridad, el banco se ha vuelto invisible y el pañuelo parece flotar inmóvil, de no ser por la leve brisa que mueve sus puntas de vez en cuando. Algunos han ido apresuradamente a sus casas a por algo de abrigo, no sin antes pedir a su vecino de asiento que le guarde el sitio y mande a avisarle de algún modo si por fin sucede algo. Los más pequeños están dormidos en el regazo de algún mayor. Unos chicos han decidido romper el silencio y contar historias de miedo a la luz de una vela que no deja de apagarse con el viento. Risas. Finalmente han desistido al ver que los demás les chistaban a callarse.
De nuevo, silencio.

En silencio sale el sol como cada amanecer. Los párpados de los pequeños se abren y algunos lloran, los adultos despiertan del sopor en el que estaban sumidos, sus pupilas quemadas de tanto mirar al mismo punto fijo, ya prácticamente no veían nada y ahora comienzan a moverlas de un lado a otro. Recuerdan dónde están y, luego, recuerdan por qué. El pañuelo sigue intacto sobre la tabla del banco, el caballero ya no está.

Todos se miran sorprendidos, recién amanecidos, adormilados, con ojeras, extrañados. La madre está despierta, su hija duerme en el asfalto. Impaciente, se levanta del suelo. Dolorida, se cuela entre el barullo. Llega a la primera fila de sillas y viejos, los sobrepasa y se acerca al banco.

Se agacha y observa el pañuelo. Lo huele. No huele a comida, no huele a nada. Palpa su tela, recia y blanca, como de lienzo. Entonces, lo agarra por el nudo y todos se ponen en pie. Deshace el nudo, desdobla la tela y, en su fondo, nada.

El sabor amargo de una emoción contenida resbala por las gargantas en ayunas. Conmoción general, un escalofrío recorre las espaldas. Una espera inútil, un timador, ¡que les devuelvan el dinero! Pero nadie les convocó, nadie les pidió que esperaran.

El caballero desconocido no era uno de ellos, evidentemente había tenido que venir de fuera. Y se había marchado sin dar explicación. Cien kilómetros a la redonda no había nada más que cemento y nadie podía afirmar lo contrario.

-¿Dónde es fuera, mamá?

-¡Chist! Calla. Fuera no existe.


-
Relato publicado en:
- Revista literaria "EntreRíos", nº 10
- Revista literaria digital  "Icaro Incombustible", nº 1
 

La naranja


La habitación tiene paredes de cristal oscuro. El techo también, y el suelo. Son espejos.

La persona acaba de entrar en la sala por una puerta que está camuflada en una esquina de uno de los muros de espejo. Sabe que está siendo observada desde el otro lado de los espejos. Puede oír voces, pero no puede distinguir cuántas personas hay ni dónde están situadas. Tal vez rodean la sala por completo.

-Explíquese -dice una voz autoritaria.

-¿Qué tengo que explicar? -pregunta la persona.

-Lo que ha dicho.

-No recuerdo haber dicho nada especialmente significativo. Lo último que recuerdo, entendiendo el recuerdo como acción, es estar pelando una naranja. El olor de la naranja me ha recordado la hora del recreo en el patio del colegio. Porque solía comerme una naranja, claro. Recordar el colegio me ha puesto triste. ¿Está permitido mencionar la tristeza?

-Únicamente si contribuye a hacer avanzar la historia o proporciona más datos sobre su personalidad.

-Una vez, una persona cercana a mí en aquel momento, ya no, quedó completamente paralizada cuando le dije que estaba sintiéndome muy triste. Parálisis literal e inmediata en sus facciones. La sola idea de la tristeza le anuló el cerebro. La gente que nunca se ha sentido triste de verdad, sin una razón aparente, no puede entender ciertas cosas. ¡Pero hay tantos motivos para estar triste! Justo eso estaba yo pensando antes de que me trajeran aquí hoy, cuando estaba pelando la naranja. La sola idea de sentirse víctima de algo es la adicción más peligrosa que puede experimentar el ser humano. Autoproclamarse víctima, estar convencido de que, por regla general, te tratan siempre de manera injusta. Decir: "¿cómo pudo esta persona portarse así conmigo?", "¿por qué me ha tocado a mí vivir esto?" o "siempre todo me sale mal". Es una reacción altamente adictiva y suele acabar en lágrimas, las más amargas y tentadoras lágrimas que cualquiera puede llorar. Incluso placenteras, me atrevería a decir, porque estamos sintiéndonos profundamente incomprendidos por los demás -que nos amargan la vida-, pero comprendidísimos por nosotros mismos, que nos consideramos una joya en un contenedor de basura. Nadie nos entiende ni nos valora como merecemos, nadie nos conoce como queremos que nos conozca porque lo único que los otros destacan de nosotros es algo irrelevante en comparación con nuestro auténtico yo. Se olvidan de lo importante. Pero, por otro lado -hay que tenerlo en cuenta-, es tan injusto pasar a la historia como víctima de algo. Me refiero a esa otra forma de ser víctima, la real, quiero decir: no sentirse víctima sino serlo, realmente, de algo terrible. Y morir o seguir con vida después de eso. O ser declarado un suicida, post-mortem. La palabra misma -suicida- ya califica al individuo que decidió suicidarse como causante y víctima del propio deseo de desaparecer y del prejuicio de los demás. Porque, a ver, un hombre con sus hijos y sus anécdotas, con su mujer amada y sus viajes a los sitios que deseaba ir y a los que no quería pero tuvo que ir por cosas de la vida o por trabajo. Y su buen hacer en el trabajo que siempre deseó -o que nunca deseó-, su manera de ser amable con otras personas que no tenía por qué conocer previamente, su inteligencia, y también sus defectos y sus secretos más oscuros. Si, de pronto, matan a ese hombre, que era la viva historia de su propia vida, la biografía andante de sí mismo. Si de pronto le matan, será una simple e irrelevante víctima más. Se ignorará todo lo que era antes. Víctima para los restos. Pero una víctima, además, que nunca fue consciente de que lo sería para los que continúan viviendo -sobre todo para los que nunca le conocieron- y que, por supuesto, habría odiado ser tildado de víctima por gente que no le conocía de nada, como único recuerdo de una vida -puede que- plena y satisfactoria hasta ese instante mismo de morir a manos de alguien que, incluso, ni siquiera conocía tampoco. Y eso por poner solo un ejemplo. Ser algo que nunca decidiste ser, que te han hecho ser después, cuando ya no eres. Es tan insoportablemente triste. No pude evitar llorar desconsoladamente, como comprenderán.

La persona hace una breve pausa y prosigue:

-Visto así, la otra forma de ser víctima, es tan estúpida. Y cuando eres, por fin, consciente de estar tachándote a ti misma de víctima -yo misma lo estaba haciendo hace un momento y eso fue, por supuesto, lo que desencadenó este episodio de tristeza espontánea sin motivo aparente-, entonces, la consciencia plena de tu estupidez, te permite pasar a la acción. Colocarte en el papel de persona estúpida: "qué estúpida fui, cómo me dejé engañar". Porque no es ya que me engañaran, sino que yo me dejé engañar. Y no es que fuera mi culpa tampoco -dejarme engañar- ¡yo qué iba a saber! Fui estúpida porque no me di cuenta mientras me estaban engañando. Es como una serie de pruebas que hay que aprender a pasar. Ese punto de vista sí tiene salida, ¿no? Identificarse como persona que fue estúpida en un momento dado es el primer paso para ponerle remedio y para decidir no volver a actuar de esa forma determinada en esas circunstancias determinadas en que se produjo tan nefasto resultado. Se puede solucionar mucho mirándolo así, ¿no? Así que lo último que recuerdo, entendiendo el recuerdo como pensamiento, es tomar consciencia de mí misma como persona que fue estúpida para, a continuación, poder proponerme dejar de serlo y de llorar instantáneamente. Luego, me trajeron aquí.

-¿Qué dijo usted, entonces?

-Bueno, en voz alta, realmente, solo exhalé un suspiro.

-¿Un suspiro?

-Sí, ya saben, cuando dejas escapar todo el aire contenido en una cadena de pensamientos cíclicos que conducen a una conclusión que ya sabías pero que siempre se te olvida, normalmente suena un suspiro.

-¿Cuándo sucedió exactamente este suspiro?

-Antes de que entraran en mi salón, interrumpiendo el momento en que me disponía a comerme la naranja, y justo después de considerar que estaba comportándome como una persona estúpida y debía proceder a dejar de serlo.

Murmullos de deliberación. La persona se observa a sí misma reflejada en las paredes, el techo y el suelo. Unos segundos después, se pronuncia la sentencia:

-Desde este momento, no le está permitido consumir ni una naranja más -dictamina la voz autoritaria-. Procederán a retirarle su último ejemplar de naranja inmediatamente. Puede retirarse.

La persona estúpida, como será conocida de ahora en adelante, es conducida de vuelta a través de la misma puerta por la que entró, que se ha abierto. En cuanto la puerta se cierra y la sala queda vacía, a la espera de la persona siguiente, una explosión de risas estalla detrás de los espejos.

Red ant


Blue, the brightest bluest skies,
the greenest paths to nowhere known.
Following steps, leading steps.

Yellow flowers on my feet
drowning like salmons
trying to climb backwards,
but they're still going forward,
they're still moving along
and I want to go with them.

What's wrong with me?
What makes people go away
and never miss or doubt
or question or say "hello" ever again?
Am I so expendable?
Am I just to use and to throw?

A one and only hit,
a treasure of the past
or even none of that.
I was never someone.

I'm unmemorable.
I'm the red ant, squeezed under
the unconscious black shoes
of the crowd.

I'm a shadow with no object,
shivering. No vanishing point.
The failure of an architect
that made the structure fall down.

What am I supposed to try?
What else do I have to prove?
The wind blows on my neck
but I'm stuck in this ball of wool
that nobody knits anymore. 


-

Hormiga Roja

Azules, los cielos más azules y brillantes,
los caminos más verdes hacia lo desconocido.
Pasos que siguen, pasos que lideran.

Flores amarillas en mis pies
ahogándose como salmones intentando
trepar hacia atrás,
pero siguen yendo hacia adelante,
continúan avanzando,
y yo quiero ir con ellas.

¿Qué hay de malo en mí?
¿Qué hace a la gente alejarse
y jamás echar de menos o dudar
o cuestionarse o decir "hola" nunca más?
¿Soy tan fácil de sustituir?
¿Soy de usar y tirar?

Un único éxito,
un tesoro del pasado
o incluso nada de eso.
Nunca fui alguien.

Soy irrecordable.
Soy la hormiga roja aplastada bajo
los inconscientes zapatos negros
de la multitud.

Soy una sombra sin objeto,
temblando. Sin punto de fuga.
El fallo de un arquitecto
que hizo caer la estructura.

¿Qué se supone que debo intentar?
¿Qué más tengo que probar?
El viento sopla en mi cuello,
pero estoy atrapada en este ovillo de lana
que ya nadie teje.


1 de mayo de 2017

Soledad inmensa



Soledad inmensa. Inmensa. Por todos lados soledad.

No es nada, es vacío, es oscuridad y es un baño de luz cuando apetece oscuridad. Es eco en las habitaciones y es presencia, presencia aunque aquí no haya más que ausencia.

Tú tan lejos, y yo, que me esfuerzo por atar los extremos de las cuerdas que se van quebrando, desgastados por el roce de las estaciones.

Es mi vida. Es mi vida lo que tengo y mi rumbo lo que queda por decidir. Y esta soledad muda, hueca, se apodera de las imágenes que intentan llegar a la meta, en la terrible estampida que atraviesa mis sesos. Se aprietan, se empujan, se expulsan unas a otras de la pista de competición, las imágenes. Compiten sin reparo. Y siempre llegan las mismas a romper la cinta, mientras yo curo las heridas de los eliminados, allí detrás. A lo lejos, en la meta, escucho aplausos y me pregunto si alguien me los dedicaría a mí.

Soledad. Desde siempre. Y ahí sigues, impertérrita.

Soledad inmensa. Descomunal, soledad como nunca.

Por toda la casa, en los huecos de los estantes y de las paredes, entre los muebles, y sobre ellos y debajo también.

Soledad silencio. Soledad manto de estrellas. Soledad noche en vela.

Pero también soledad conversación. Soledad compañera. Dolorosa soledad de los que no la desean.

Quédate conmigo esta noche, busca alguna excusa y miente, no hay por qué estar donde se debe.

En el centro de la Tierra hay un punto hacia el que todos los demás convergen. Es allí, allí está su residencia y así es como se mueve. Hacia todo, sin reparo. Sin lástima, como la muerte.

Sparrow


Wide,
like the opened eye
of this sparrow
limited to fly,
inside a narrow
cage.

From the cloudy sky,
above a dark sand
beach, into the black woods
of burnt trees.
I feel the beats
behind my eyes,
blood begins
to sing.

This is me, this is me,
and all those breasts
and hips I’ll never be
jump and shout
around my street.

Little bird who ate no more,
I didn’t misbehave at all.
The more you are,
the more they want
to put their finger on.

Me despierto


Me despierto persona, me acuesto mujer.

Me despierto de otro planeta, me acuesto humana.

Me despierto aséptica, me acuesto emoción.

Me despierto con la vida por delante, me acuesto con un aborto de ideas no natas.

Me despierto agitada por un sueño que ya no recuerdo. Me acuesto serena y ya no sueño.

Me despierto para otros, me acuesto para nadie.

Me despierto y, nada más izarme con el simple gesto de doblar la sábana en triángulo para salir del lecho, mi pie derecho descalzo roza levemente el suelo frío y, enseguida, el pequeño universo ingrávido de mi habitación se contrae en un bucle de avance y retroceso continuo que levanta mi pie derecho, lo devuelve a la cama, desdobla el triángulo, me arropa hasta la barbilla, me gira a un lado y me cierra los párpados.

Me despierto.















Wing






It hurts me,
This little wing that grows
Through my back,
And it is not a wing of a swan.
It is a wing of a true
Bird who can fly
And never stops to swim
in a swamp.
But it’s only one. 


Poema: Verónica G. Lagos | Arte: Germán Di Carlo



Las manos y los pies


    Las manos y los pies
    atados a la espalda,
    a la cuerda de la ropa,
    a las sábanas blancas
    que ya no arrugamos,
    a los troncos negros de los árboles,
    a las hojas que aún caen
    en la tierra del invierno,
    al cielo gris que solo llueve
    cuchillos de acero
    que se clavan en la espalda,
    las manos
    y los pies.


Carta de renuncia


Renuncio a tener edad para saber eso que se supone que debería saber a mi edad.

Renuncio a creer que es mi culpa que nadie quiera jugar conmigo en el recreo.

Renuncio a los clubes exclusivos que susurran y se ríen mientras te observan y no avisan de sus bases de participación y dan premios a la trayectoria de sus miembros primigenios.

Renuncio a mi escalada de inocencia. A despertar de noche para coger un tren helado que me revise las anginas.

Renuncio a que se me cure con la edad.

Renuncio a los bocadillos envueltos en papel con el nombre del contenido escrito a lápiz.

Renuncio a exponer mis obras en muestras de cariño.

Renuncio a las excusas para no tomar aquel café que me prometiste cuando nos encontramos varios años después.

Renuncio a mi promesa de creerte.

Renuncio a los hijos que no tuvimos.

Renuncio a buscar una razón para arrastrarme hasta un escritorio para hacer los deberes.

Renuncio sin autorización a ser tutorizada legalmente sobre lo que siento.

Renuncio por entregas a la hipoteca de tu amistad itinerante.

Renuncio a las descendencias de oficina.

Subrayo los pasos que voy dando desde que tu gravedad no me afecta.

Alego desconocimiento profundo de mi composición química.

Excluyo borradores de recuerdos malinterpretados.

Incluyo apéndice disecado y trozos de plástico original de mi primera muñeca.

Anexo I: Retícula de punta fina con espacio interdimensional para futuras excepciones.

Anexo II: Agujero negro sobre fondo de papel cebolla al baño María.

Anexo III: Incompleto, parcialmente extraviado en equipajes facturados con etiquetas de ropa.